David Figueroa González
“En tu mirada o en la altura de su sol
Toda mi vida se vuelve una palabra”
Odiseo Elytis
Evocar la adolescencia es volver a una etapa fuerte pero divertida. En ese período de mi vida tuve la oportunidad de viajar por algunos lugares de Venezuela. Entre ellos, rememoro con especial detalle mi primera visita a Carora, estado Lara. A esta cita llegamos con el sol bajo los hombros y nos hospedamos en la casa de la Familia Campos. Allí, después de la copiosa cena donde el suero, las arepas y el queso eran las vedet, nos dispusimos a dar una vuelta, pero como ya era algo tarde sólo caminamos hasta una bodeguita cercana para refrescarnos y celebrar nuestra primera noche en esta maravillosa ciudad, conocida por su arquitectura colonial y su cultura.
Al Pensar en Carora, recuerdo al poeta y amigo Luis Alberto Crespo, un personaje inseparable de las impresiones y perspectivas de su natal Carora, paraje este de aridez, polvo y espina, y desde donde se erige la visión de mundo que a través de sus poemas expresa el poeta, tomando a Carora como epicentro del mundo, así lo manifiesta el autor cuando nos dice: “El lugar de mis sueños es una casa de ladrillos, tejas, corredores sobre un paisaje igualito al otro lado del río de Carora o sea de arcilla, de tunas, de cardones, pero eso sí, al otro lado está el mar. El lugar de mis sueños es París en Carora. Florencia en una calle que hay en Carora que se llama la calle San Juan… Después un lugar donde esté yo con caballos, con cabras, haya mar, desierto, un río”.
Luís Alberto Crespo logró fusionar su prosa periodística con el albor de sus palabras, sagacidad poética que desborda en su lenguaje de luz en la aridez, escritura que se disipa con la sencillez de la poesía, como un poema que cabalga en la llanura. Su prosa rescata la nobleza y vigor del caballo a través de la historia, ya que para él este animal es más que una imagen, es, quizás, la estampa misma de su ser, tal vez, su alter ego; caballo que pasa con igual facilidad de la noche al día, de la muerte a la vida, de la pasión a la acción: atando los opuestos en una creación continúa. Así que para este autor: “el caballo es el ser que me lleva hacia el infinito. La lejanía, el horizonte era mi cómplice, esa sensación de cuidado, de estar con él”. Los siguientes versos del poemario Señores de la distancia nos aclaran mejor la idea:
“Te llamo de memoria en el potrero
Nos violentamos en ese limpio ardiente
Esta es la sabana
de la que salgo de mí con tu fuerza
El sudor nos une
la placidez del desenfreno
Sólo soy persona
cuando tu cuerpo es ese otro conmigo
exaltándome”
A menudo los poemas de Luis Alberto Crespo parecieran grabar en las páginas el proceso de evaporación que ocurre “en algunos desiertos de la tierra o en algunas almas”, la calidez de sus imágenes dan a las casas de teja, colores ocre en la distancia, al punto que semejan sus paredes la cara de viejitos con la piel cuarteada por el tiempo; en tanto el escritor Rafael Castillo Zapata, comenta: «Toda la poesía de Crespo, acontece, pues, es un espacio y tiempo determinados por la atmósfera de un mediodía persistente”. Pero a la vez el escritor se deja seducir por la armonía de un ocaso en el desierto, de noches estrelladas, y de cielos crepusculares. Para Crespo, el poema es el tormento que lastima y exalta la existencia, convertida en voces desnudas, claras y profundas. En el siguiente poema del libro Rayas de lagartija damos cuenta de lo descrito anteriormente:
“La peladura del mediodía
La calle al revés, sin querer soltar,
Jalándome, sin querer decir adiós
Lado grande, sin llave
y el nombre, de cabeza, que llaman oscuro
Y el torcido, la reja de mirar,
de estar diciendo a lo mejor viene,
mientras la calle se junta en un ardor”
Así pues, la poética de Luis Alberto Crespo apunta a representar la posición del hombre frente a sus semejantes, frente a la vida. Busca dibujar el conjunto de complejidades que a cada momento presenta la existencia, como si el poeta tuviese la “necesidad de que las palabras digan más de lo que dicen.» Mediante la metáfora, junto a cada imagen, posiblemente Crespo encuentra la manera de darle rienda suelta a su yo espiritual. Esta visión podemos percibirla en un poema donde el tema central es la casa, que según Jean Chevalier en el Diccionario de Símbolos, esta es la imagen del universo, representa el ser interior y la totalidad del cuerpo
“Afuera
Ninguna casa es para vivir
No hay otra pared
Que la grieta en el cuerpo
Lo borrado
Me quita la voz de la boca
Mi casa nunca se alza
Nunca es por dentro
Mi casa es la espina continua
Que me roza”
Luis Alberto Crespo es un escritor que le despoja al tiempo parte de su sustancia y al mismo tiempo disfruta en la medida en que se aleja y se va adentrando en su escritura, pues busca el silencio en las páginas blancas, donde Carora, las tunas y la llanura están siempre bañados por el sol. Como lo expresa en su libro Lecturas de poesía el escritor Alfredo Chacón: “la poesía de Luis Alberto Crespo se inscribe en la tradición estoica del coraje sobrio, esa que acepta la carencia de plenitud como el dato fundamental de todo intento; y que, tal como en las poéticas clásicas, expresionista o dadá, identifica a la intensidad creadora con la tensa elocuencia del aliento capaz de sostenerse en el desvelo y en el desamparo”, ya que para él como escritor su voz fluye solo mediante los versos de un poema, o como dice el escritor: “Yo no tengo otra manera de conversar sino a través de la poesía”. En el poemario Duro, más específico en el poema “10”, el poeta pone de manifiesto esta particularidad:
“Quisiera ser Ungaretti cuando miraba a Carora
en el norte de África
y pasaba un beduino por el reflejo de su vino seco
frente a la ventana de mi casa
¿Escucharía balar la cabra de su amigo Umberto Saba
por estos cerros?
Poco
en vez de sombra
quedaba entre el Sahara y la plaza Bolívar
“Viejo”
Le escribo sobre esta página en una playa
“¿Cómo puede uno iluminarse por dentro
con nuestro ser allá afuera?”
Podemos encontrar cierto aire de silencio en la poesía de Luis Alberto Crespo, según él manifiesta: “amo el silencio por lo tanto amo la música” en este sentido es un escritor que se sirve de la palabra para crear su espacio, y en él trata de enlazar a la sonoridad con el silencio. Por eso, en algunos versos, aparecen las aliteraciones como un intento de dar alma al sonido. Sus poemas son retratos de un paisaje cotidiano, donde el mundo es tenuemente iluminado por una mirada taciturna, y es así como la belleza de la palabra resplandece. Un ejemplo de esto lo descubrimos en el poemario Lado donde el poema “una escritura por toda sombra” da fe de ello:
“Un pájaro canta. Pero lo que sucede es mudo.
Una rama tiembla, pero lo inmóvil es el rumor.
La tierra sigue afuera, pero la que piso queda lejos.
Un cerro sube y otro desciende: vuela el zamuro.
El monte es por dentro como una puerta sin abrirse.
Irme me empequeñece en la despedida.”
El poeta se aproxima a una definición de la inspiración, cuando nos señala: “se ha hecho mucha referencia a eso, de dónde viene la inspiración, qué es esto, qué es el hombre tocado por la creación. No, yo creo que eso es un ejercicio del espíritu. Hay personas que tienen aptitudes y actitudes para determinado oficio. Yo creo que un artesano es un poeta, un filósofo, un ordeñador también lo es…esa capacidad de captar la belleza infinita que existe en una hoja que cae o en una flor que nace, o un niño que nace o en alguien que muere. En la medida en que vida y muerte se conviertan en la invención de la eternidad, en ese sentido un ser humano está en capacidad de ser universal”. Con esas mismas palabras definimos el alma creadora de este venezolano, que en el ejercicio de la escritura, ha sabido fundar mundos plenos de blanco y de añoranza por un terruño que se quedó congelado en sus versos libre del tiempo, por lo que no está demás que miremos este universo funcional atrapado por un instante en la casa, la cual es el todo:
Casa
A Luis Alberto Crespo
Casa de barro
agrietada de sed
guardas los recuerdos
de mi niñez
En el patio de la casa
veo las tunas saltar
ebrias de calor
bajo un hechizo lunar
En el patio de la casa
los caprinos no juegan ya
el sol inclemente
agobia hasta el cardonal
En el patio de la casa
las aves revivirán
la memoria de mi abuela
con su eterno cantar.